APOSTOLICIDAD eclesial
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      Apostolicidad significa cualidad que vincula con los Apóstoles. Alude al rasgo de la Iglesia de ser ella, y sólo ella, la comunidad que desciende de los Apóstoles que Jesús eligió en vida, organizó y envió al mundo antes de su partida.
  Esa Apostolicidad encierra tres aspectos, diferentes en parte pero complementarios: la Iglesia es apostólica por el origen, pues procede del grupo que los Apóstoles formaron y cuyos reemplazante a su muerte se fueron sucediendo hasta los tiempos actuales; es apostólica en cuan­to a la doctrina y a la misión, de modo que la Iglesia de hoy no enseña otra cosa que la Iglesia del primer momn­to; y es apostólica por la autoridad que representa ante los cristianos, que es la misma que Pedro, cuyo sucesor es el Papa, y los Apóstoles, cuyos sucesores son los Obispos, recibieron y se fue transmitien­do hasta hoy.

   Entre los diversos grupos que se deno­minan cristianos, sólo la Iglesia católica, la que está unida al Papa, tiene propia y estrictamente la apostolicidad. Las demás se la atribuyen y poseen muchos rasgos y riquezas de ella; pero no tienen la plenitud y la autenticidad, que no pue­de estar al mismo tiempo en todas ellas y del mismo modo.
  
 1.  Exclusividad apostólica.

   Sólo la Iglesia católica es la verdadera Iglesia fundada por Cristo. Sólo ella es la descendiente de la comunidad apostólica que a Cristo siguió. Esta es una verdad de fe cristiana.
  Y hay dos formas de presentarla: con la arrogancia triunfalista de quien despre­cia a las otras iglesias; y con la humildad responsable de quien, amando a las de­más, se siente compro­metida a cumplir la voluntad divina.
   La Iglesia católica se proclamó siem­pre apos­tólica en este sentido. Lo que hay en el Símbolo de Nicea y Constantinopla, del 323 y del 381 respectiva­mente, es una confesión de fe clara: "Creo en la santa Iglesia, apostólica". (Denz. 14, 86 y 1686).
    El poseer la sucesión de los Apósto­les implica que la Iglesia se siente here­dera y transmisora, no originaria y propietaria, del mensaje salvador que transmite al mundo. Ella sabe que ha conservado la doctrina que recibió y da gracias por la fidelidad que, con la ayuda de Dios, ha guardado siempre.
   Y sabe que su calidad apostólica se debe a que sus Pastores, el Papa y los Obispos, se hallan unidos a los primeros discípulos de Jesús, los apóstoles y Pedro, por sucesión legíti­ma. Y siente que ello la compromete a trabajar con celo y fe en la salvación del mundo.

   2. La voluntad de Jesús
  
   En los libros evangélicos queda clara­mente definida la voluntad de Jesús de que se grupo de Apóstoles se prolongará en el mundo. En varias ocasiones habló de sus sucesores, como cuando anunció la predicación de la buena noticia en todo el mundo (Mc. 14.9) o cuando oró por los que van a creer en El por medio de los Apóstoles (Jn. 17.9)
   Con todo, es preciso reconocer que la apostolicidad es algo que late en los textos evangélicos, más que un programa explícito en los evangelistas. Los textos evangélicos hablan más con senti­do de pre­sente, son testimonios, que con senti­do de futuro, no son profecías.
   Y reflejan más una dimensión pers­pectiva que prospectiva, es decir más geográfica (todo el mundo) que cronoló­gica (todos los tiempos).
   Por otra parte, los textos armonizan la conciencia de la "jefatura" de Pedro como cabe­za del grupo apostólico (Mt. 16. 18 y Jn 21. 15-17) y la "contextura" de los demás Apóstoles como mensaje­ros del mundo entero. La apostolicidad recoge más el valor "carismático" y "ke­rig­mático" del conjunto apostólico, que las exigencias organizativas, que eso vendría después, "por dentro" con la venida del Espíritu Santo y "por fuera" con los reclamos de los grupos formados por la predicación apostólica.
   Escritos los documentos evangélicos en comunidades inmediatas a la existen­cia terrena de Jesús, refleja­ban más la di­mensión proclamativa que la realidad organizati­va.

   3. Triple apostolicidad

   Es claro que Cristo confió a los Apóstoles, y con ellos a la Iglesia, el triple ministerio de enseñar, regir y santificar. Y quiso que Pedro fuera la cabeza del grupo y el pastor y maestro de la comunidad. Pero en nada esa "jefatura" limitó la fuerza evangélica que se grabó en la conciencia de cada uno de los Apósto­les y en el grupo de forma compartida.
   La apostolicidad implica, por voluntad de Cristo, este triple oficio ministerial. Los Apóstoles quedaron revestidos de los poderes correspondientes y los trans­firieron a sus sucesores.
  Estos fueron designados unas veces de forma directa, como se ve en Pablo con Timoteo (Filip. 2.22 y  1 Tim. 1.3) y con Tito (2. Cor. 7. 6-7) y 8. 16-17). Y en la mayor parte de las ocasiones la elec­ción fue de la comunidad a la muerte de los Apóstoles que las habían fundado e impulsado.
   A lo largo de los siglos, los Apóstoles han estado presentes en sus sucesores, dominados por la misión que ellos reci­bieron: predicar la palabra, gobernar la comunidad sobre todo en orden a la caridad frater­na, presidir las acciones de gracias o Eucaristías y las plegarias santificado­ras.

   3.1. Apostolicidad del Primado

   Nunca se interrumpió realmente la sucesión del Primado, a pesar de los obstáculos históricos de antipapas o situaciones de sede vacante que altera­ron, no cortaron, la línea sucesoria, hasta que se restableció la autoridad legítima.  Así aconteció en el 304, al morir el Papa Marcelino y quedar Roma sin Pas­tor hasta la elección de Mar­celo I.
  Esta situación se repitió otras cinco veces en la Historia (628 a 640, 1241 a 1243, 1268 a 1271, 1292 a 1294 y 1314 a 1316). También se alteró con la eleva­ción a la Sede romana de los no elegi­dos, como sucedió con los anti­papas Benedicto V (964 a 966), Juan XVI (997 a 998) y Benedicto X (1058 a 1059).
   Y se agravó con los 40 años del llamado Cisma de Occidente (1378-1417), cuan­do Urbano VI (1378) elegido en Roma por parte de los cardenales lati­nos, tuvo como adver­sario en Avignon a Clemente VII, sucedi­do por Benedicto XIII. El Con­cilio de Pisa eligió a Alejan­dro V (1409), sucedido por Juan XXII (1410), llegando en ese momento a disputarse la autoridad pontificia tres Papas.
    El Conci­lio de Constanza (1415-1418) trató de zanjar el asunto con la elección de Martín V (1417) con quien terminó la disensión, sin persuadir a la renuncia al recalcitrante Benedicto XIII, que murió abandonado por sus partida­rios en Pe­ñíscola.
   La sucesión apostólica estuvo clara­mente asegurada en los momentos de crisis en la autoridad más directamente vinculada a la comunidad eclesial, aunque queden dudas en cuan­to a legitimi­dades o fidelidades oportu­nas.

   3.2. Apostolicidad episcopal

   El colegio o grupo episcopal ha sido "apostólico", a pesar de tener disidentes y miembros singulares que rompieron la comu­nión con los demás obispos.
   Pero la apostolicidad episcopal, al igual que la pontificia, siempre ha sido clara y compartida por el grupo here­dero del primer colegio apostó­lico en el ejerci­cio de su autoridad y en su triple función episcopal.
   Son frágiles los argumentos de quie­nes consideran que "el episcopado" como institución es invención eclesial del siglo II, predominando en el gobierno de los más ancianos o influyentes (Presbíteros) de la comunidad. Es insufi­ciente el argumento eti­mológico del término obis­po (epi-scopio, el que vigila o mira sobre los de­más), dado a veces para definir el ministe­rio de este dirigente de la comuni­dad y reducir su vinculación apostólica con la supuesta tarea de inspección.
   El hecho de que apostolicidad de los Obispos sea más grupal y compartida que individual y local, a diferencia del Primado romano, plantea menos obstáculos para su pleno y conveniente reconocimiento.
   Algunas sedes apostólicas, como la de Jerusalén, la de Antioquía, la de Efe­so, donde la tradición establece vínc­ulos concretos con algunos Apóstoles, no plantean ninguna cuestión de continuidad sucesoria, ya que la apostolicidad es una nota solidaria en la Iglesia y se halla claramente explicada por la tradi­ción y los escritores antiguos y moder­nos.

   4. Efectos de la apostolicidad

   Es frecuente vincular la apostolicidad con cierto prestigio o autoridad honorífi­ca, ya que se hace al Papa y a los Obispos representantes y sucesores de Pe­dro y de los Apóstoles. La apostolicidad no se entiende rectamente desde criterios de prestigio sino de servicio. El verdade­ro sentido de este rasgo eclesial afecta a la fidelidad al mensaje e integridad de la doctrina, a los compromisos evangeliza­dores de los miembros episcopales y a la solidaridad y complementariedad que supone la acción pastoral en la Iglesia.
   Así como los Apóstoles fueron envia­dos al mundo y no a un lugar, a una Dióce­sis particular, los Obispos, sus sucesores, tienen como campo de su responsabilidad al mundo entero.
   En los tiempos antiguos, San Ireneo y Tertuliano ya hacían valer ese rasgo como argumento del compromiso de los cristianos con la integridad de la doctrina y recordaban a todos los Pastores su responsabilidad evangélica. Ambos escritores argumentaban que las doctri­nas heréticas era nuevas invenciones y las enseñanzas de la autoridad eran ante todo transmisión de verdades reci­bidas por los primeros Apóstoles.

   5. Participación apostólica

   Por otra parte, también es conveniente vincular la apostolicidad de la Iglesia con la conciencia evangelizadora de todos los creyentes que a ella pertenecen.
   El Papa y los Obis­pos reciben la dimensión apostó­lica por línea directa de los Apóstoles a los que se hallan vinculados por volun­tad de Cristo. Por eso se habla de una misión propia y directa.
   Pero también los demás miembros de la Iglesia deben sentirse interpelados por esa conciencia misional y mensajera que Cristo quiso para su Iglesia. Los creyentes tienen que ser conscientes de que las notas de la Iglesia son de "toda la Igle­sia", no de su Jerarquía o Magisterio.
   Por eso todos son seguidores de los Apóstoles y se hallan vinculados a los compromisos de la apostolicidad: necesidad de extender el mensaje salvador, fidelidad a la doctrina recibida del Señor, apertura a todo el orbe al que el cristiano es enviado, agradecimiento a Cristo que ha elegido para extender la fe.


   Los "apóstoles" de todo tipo, evangeli­zadores, misioneros, catequistas, edu­cadores cristianos de cualquier rango, campo o condición, son herederos de los "Apóstoles" de la primera hora. En ellos hallan una fuerza alentadora en el desarrollo de su tarea misionera, samari­tana y carismática, por la que hay que dar gracias a Dios.
   La energía bautismal es la fuente de esa dimensión apostólica de la vida cristiana. Y el amor al que es "camino, verdad y vida" es lo que abre la capacidad irradiadora que compromete con el bien en comunidad y de todo el mundo.
   Es una mejor forma de entender lo que es ser cristianos. Puede a veces parecer una utopía, una ficción, una palabra que nos desconcierta. Sin em­bargo es mucho más: es un progra­ma de vida al que no se llega sin más. Hay que prepa­rarse para él y vivir poco a poco sus exigen­cias.
   Destinada al servicio de todos los hombres, la Iglesia se define a sí misma como una, santa, católica y apostólica. Pero la Iglesia es toda la comunidad a la que cada bautizado pertenece.

    

 

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Ecos de siega (Mc. 4.20), de siembra (Mt. 13.9),
de mensaje (Mc. 6.3), de Profecia (Mt. 7.5) y de trabajo (Lc. 6.46